El primer versículo de todo refranero del español incluye el típico “Al que madruga, Dios lo ayuda”, pero la versión popular de que quien madruga, “encuentra todo cerrado” podría estar más cerca de la realidad.
Desde la invención de la prisa y la idea de la productividad, la tendencia a dejar todo para después es al mismo tiempo una broma recurrente y un problema muy serio. La neurociencia ha contribuido a explicar por qué exactamente dejamos cosas que necesitan nuestra atención ahora… para después. Pero por si eso fuera poco, ahora hay un riesgo de adelantarse demasiado a realizar una tarea. Como no sería un problema si no tiene nombre, le llamaremos “precastinación”.
Un estudio de hace unos meses pidió a varios estudiantes cargar una cubeta por un callejón, pero tenían una opción. La primera era recoger una cubeta cercana a ellos mismos y llevarla hasta la meta, o caminar hasta una cubeta más cercana al fin del pasillo, caminar un par de pasos y bajarla. Sorprendentemente, muchos eligieron lo primero, bajo la creencia de que así “saldrían más pronto” del problema. En realidad, gastaban más esfuerzo al tomar esta elección.
Pero los investigadores creen que este es un indicio de nuestra tendencia general a precrastinar (pérdonanos, RAE, sabemos que te toma algunos años adoptar vocablos nuevos). Es lo mismo cuando respondemos emails triviales, o pagamos las cuentas con mucha anticipación, o decidimos que es urgente hacer la lavandería o una limpieza profunda antes que terminar ese ensayo para la universidad o un encargo muy importante del trabajo.
Precrastinar se disfraza de productividad, pero puede afectarla a largo plazo. Por empezar (y a veces, terminar) algo antes de tiempo, se pierde la atención de otras cosas más relevantes.
El factor psicológico que podría entrar en juego es la aprensión. En un estudio que es básicamente el reverso del famoso experimento del Marshmallow, una serie de investigadores básicamente ofrecía la opción de obtener un shock eléctrico ahora, o después. La mayoría los prefería inmediatamente, incluso si para evitar el retraso tenían que acceder a más descargas eléctricas. El factor en juego es la aprensión, que además se incrementa a medida que se acerca aquello que lo provoca (más cerca del shock, por ejemplo). La anticipación de algo desagradable es procesada de forma muy similar al dolor por el cuerpo humano. Lo mismo ocurre a quienes tienen ansiedad ante los problemas de matemáticas y – quizá – ante tareas simples del trabajo o la escuela.
Una reiteración del estudio de los shocks observaba la actividad cerebral de los sujetos, y descubrió que la aprensión es un tema altamente relacionado con la atención, sugiriendo que quienes se encontraban más distraídos ante su inminente shock (¿cuándo fue la última vez que se vacunaron?), pasaban un rato menos amargo. Aunque esta versión del estudio no hablaba de la eficacia de la distracción, es probable que habituarnos a organizar nuestras prioridades y el grado de atención que entregamos a cada una de ellas vale la pena.
En el mundo en que las computadoras, el smartphone y la tecnología nos inundan de tareas, es difícil tomar la decisión de ignorarlas. Pero este recordatorio sobre la precrastinación debería impedir que cedamos ante nuestro – quizá equivocado – deseo de atenderlas tan pronto sea posible.
Pistas vía The New York Times, The Atlantic y Fast Company.
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