Había notado con anterioridad la lucha física que tenemos al leer un libro, buscando constantemente una postura más cómoda pero nunca lográndola del todo, persiguiendo una fuente de luz que ojalá sea abundante pero no cegadora, con un lápiz a la mano y la cabeza concentrada. Todo esto lo resume Vladimir Nabokov cuando habla de la capacidad de lectura y relectura que debe tener todo mundo, a raíz de ese primer requisito de los libros:
Leer un libro requiere que nos presentemos con él. No tenemos ningún órgano físico (como el ojo cuando estamos ante una pintura) que tome por completo el texto y nos deje disfrutar de los detalles poco a poco. Pero en una segunda, tercera o cuarta lectura, en algún sentido, podemos comportar nos con un libro como con una pintura. Esto con la salvedad, de que el ojo físico no debe ser confundido con la mente. (Traducción libre).
Pero como en el libro, en toda forma de artefacto cultural hay una experiencia corporal distinta. No existe un medio que no sea una experiencia sensorial y, aunque el arte y la alta cultura malabarean con objetos abstractos como ideas, sensaciones, sensibilidades extra-temporales y demás, no puede sino resignarse a bajar al mundo de lo sensorial para comunicarlas.
Cuando se va al museo ocasionalmente se tiene que batallar con las fuentes de luz, los ángulos de observación de los cuadros y esculturas (ojalá que la curación se encargue de esos detalles) y además, de seguir un recorrido físico para conocer una exposición. El mecanismo de comunicación suele ser la vista, pero participa también el tacto y en ocasiones el olfato y el oído.
La música es, a riesgo de decir lo evidente, una experiencia auditiva, pero también puede ser corporal. Así sea con audífonos en camino al trabajo o en un sillón tranquilo en casa, hay canciones que se resisten a ser escuchadas sin que nuestro pie empiece a marcar el ritmo. Otras, de lleno nos erizan la piel o nos estremecen al jugar con nuestra percepción o nuestra memoria. El cine, que hemos cubierto antes, es una experiencia de inmersión de los sentidos que nos aísla en una narrativa que corre paralela a la de la “realidad”.
De forma más específicamente relacionada a los medios y la tecnología, Marshall McLuhan hizo un análisis de las tecnologías en la década de los 60, donde detectó correspondencias con nuestras capacidades sensoriales para cada una.
Parcialmente haciendo ecos de esa idea, Jorge Luis Borges escribió que:
El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.
Para efectos de la brevedad les compartimos la versión de ese estudio, El medio es el mensaje, que el diseñador Quentin Fiore transformó en un inventario de efectos que incluyen los siguientes:
La teoría de McLuhan se va articulando poco a poco en este, que ahora es un clásico recientemente reeditado. Algunas imágenes son del texto original y otras, de esta versión más reciente (vía Brainpickings). Pueden obtener el libro aquí.
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